11 de mayo de 2012

Familias de colores

Durante las últimas semanas hemos asistido a un complicado debate que inicia a partir de la solicitud que fue negada por el Registro Civil de inscribir a Satya, con los apellidos de sus madres: Nicola Rothon y Helen Bricknell; aunque realmente su historia como familia nació hace 14 años, cuando se unieron como pareja. Esta unión fue legalizada tanto en Gran Bretaña como en Ecuador y a sus vidas llegó, hace cuatro meses, una hija, cuyo nombre significa 'verdad' o 'correcto'.

Posiciones a favor y en contra de que Satya sea inscrita de esa forma han sido explicadas ampliamente por varios sectores, argumentando artículos de la Constitución y las leyes vigentes. Faltan pocos días para conocer qué decide el juez ante quien se presentó la acción de protección que auspicia la Defensoría del Pueblo, a favor de la petición de Helen y Nicky y, sin embargo, existen aspectos que se deben abordar en tanto el tema tiene relación con lo que entendemos como el concepto de familia.

Durante la audiencia que se realizó el pasado 4 de mayo, quien cruzaba por la calle sin conocer lo que estaba pasando en la sala de flagrancia del Palacio de Justicia, podía distinguir claramente los dos bandos que aquel día acudieron a defender sus causas. Del lado derecho estaban los denominados profamilia, uniformemente vestidos de blanco, mientras que a la izquierda se ubicaban coloridos grupos a favor de las familias diversas y defensores de los derechos humanos y LGBT. Me enfocaré en aquellas consignas que surgían de la gente con uniforme, que retumbaron en mis oídos como si hubiese metido la cabeza en el campanario de la iglesia más alta de Quito: “No a lo antinatural”, “Papá y mamá principios familiares” y tantas otras que atacaban las uniones lésbicas, calificándolas como una desviación antinatura que amenaza con destruir a la familia ecuatoriana.

Parte de nuestra sociedad, cuya cotidianidad se construye en base a roles y estereotipos, se ha escandalizado de que unas mujeres ‘desviadas’, ‘pecadoras’, ‘pervertidas’, y mil adjetivos más, estén criando a una pequeña. He escuchado posturas que indican que hay que velar por el interés superior del niño y proveer a Satya un hogar "normal", pero, ¿qué es un hogar normal? ¿Es aquel formado por padre y madre, heterosexuales, con hijos y mascotas? No, no es ese, en Ecuador la realidad es otra, los hogares son diversos, pasando por aquellos que viven la migración, los que tienen a la cabeza madres o padres solteros, aquellos a los que los accidentes de tránsito o la delincuencia los han cercenado y otras miles de posibilidades. Y es común rechazar la existencia de familias que no salen en TV ni en comerciales, que están conformadas por parejas del mismo sexo, pero cuyo desenvolvimiento ha sido analizado científicamente en varios estudios.

Los roles tradicionales. Las parejas del mismo sexo se enfrentan frecuentemente a preguntas como: ¿quién de ellas es la madre y cuál es el padre? ¿Cómo aprenderá ese hijo a jugar fútbol? ¿A cuál le corresponde hacer las tareas del hogar? Todas estas, cuestiones basadas en los convencionalismos sociales, en los roles preestablecidos para hombres y mujeres, que hacen presumir que en las familias homoparentales también deben asumirse las "características" de un hogar "normal". 

La experiencia ha demostrado que las parejas del mismo sexo comparten en mayor medida las tareas del hogar, a diferencia de las parejas heterosexuales donde el rol de la madre es cumplir con los quehaceres y la del padre es la de proveer recursos por medio de su trabajo fuera de casa. La Encuesta del Uso del Tiempo en Ecuador, año 2007, indica que las mujeres trabajan un promedio de 15 horas semanales más que los hombres por esta razón.

En el año 2004, la profesora Charlotte Patterson, de la Universidad de Virginia, obtuvo como resultado de una investigación que la opción sexual de los padres si influye en la división de las tareas del hogar, por ejemplo en el cuidado de los niños. Mientras que en una pareja heterosexual, la madre se encargó por más tiempo del cuidado de sus hijos, la pareja lésbica compartió más equitativamente esta tarea. El único resultado en el cual familias hetero y homoparentales coincidieron, es que ambos se describieron a sí mismos como “muy competentes” realizando tareas de cuidados de los niños. 

A esta realidad, podemos sumar otro estudio de Patterson que puede ayudar a desmitificar el caso Satya, cuando se asegura que ser criada por dos madres es antinatural, perjudicial para su salud mental y para sus relaciones interpersonales; se trata de un Estudio Nacional de Salud Adolescente norteamericano en el que se evaluaron varios aspectos del comportamiento general frente al sexo opuesto de los adolescentes que fueron criados en hogares homoparentales.

Los resultados indicaron que aunque el tipo de familia (según la preferencia sexual de los padres) tenía pocos vínculos significativos con cualquier aspecto del desarrollo del adolescente en lo social o personal, es la calidad de las relaciones con los padres la que marca diferencias en cuanto al uso de sustancias estupefacientes, comportamiento delictivo, y las relaciones con los compañeros. Los adolescentes cuyos padres reportaron tener relaciones cercanas con ellos eran propensos a tener una mayor autoestima, un menor número de síntomas depresivos, un menor consumo de alcohol y tabaco, y el comportamiento menos agresivo, también a tener más amigos en la escuela y una mayor atención dentro de sus redes de amistad que otros adolescentes.

Todo esto implica que las decisiones importantes sobre la vida de las personas no tienen relación alguna con la orientación sexual de los padres, sino con las cualidades de las relaciones de los adolescentes con los padres. Finalmente, el caso Satya nos debe llevar a concluir que la decisión del juez debe preservar el desarrollo en bienestar y la convivencia en el hogar establecido por sus madres, y que estos temas en un Estado laico deben ser discutidos en base a las garantías constitucionales y a la evidencia científica.